martes, 6 de febrero de 2024

SEMANA 7 :LA FILOSOFIA Y LA RELIGION

 2. la filosofía y las ciencias

Para que conozcamos mejor lo que es la filosofía debemos compararla con las demás ciencias. ¿En qué se diferencia la filosofía de cualquier ciencia?
Hay muchas maneras de «conocer» una misma cosa. Supongamos que nos hallamos contemplando en una hermosa noche primaveral el cielo estrellado. La belleza silenciosa del firmamento nos habla de grandezas infinitas que nos sobrecogen. Ahora bien, el conocimiento que tenemos de una noche serena y de los astros que vemos brillar misteriosamente en el cielo, puede ser de muchas clases. Por de pronto, poseemos el conocimiento de los sentidos, que nos presentan el panorama del cielo y de los astros, y de la tierra iluminada por la luna, y de los objetos sombreados que están al alcance de nuestra vista en la penumbra nocturna. Este conocimiento lo obtenemos por la vista, que es una facultad sensitiva. Se llama conocimiento sensitivo o sensación. Por él conozco solamente las cosas que tengo inmediatamente presentes. Es común al hombre y a los animales, provistos de ojos muy parecidos a los del hombre.
Pero el hombre tiene un conocer que sobrepasa el de los sentidos. En la noche serena no solamente recibo la impresión material en mi vista, sino también se agolpan dentro de mí otros conocimientos sobre los objetos que estoy viendo. Comparo unas estrellas con otras; me doy cuenta de su movimiento; de su inmensa distancia a la tierra; veo que se me presentan como luminosas y de ahí deduzco que deben tener un brillo equivalente a las materias incandescentes; es decir, voy formando una serie de «ideas» y de «relaciones» entre los objetos que contemplo con la vista. Este conocimiento es ya totalmente diferente del animal, porque éste no puede conocer las «relaciones», ni poseer «ideas» del mundo exterior, y compararlo con el interior, como puede hacerlo el hombre. Pero el conocimiento que todos los hombres tenemos del cielo estrellado, es un conocimiento «vulgar», es decir, que no llega a penetrar en la íntima naturaleza de los astros, del firmamento en que los astros aparecen como adheridos, ni sabe por qué leyes rigen los movimientos de las estrellas, planetas, satélites, o conjuntos de estrellas. Existe, por tanto, un conocimiento más perfecto de la realidad de una noche serena, y es el de la ciencia astronómica. El astrónomo al contemplar el cielo tiene una penetración muy superior de la realidad de los astros, que el hombre común. Porque conoce el «porqué» de las distancias, del movimiento, de la naturaleza íntima de los astros, y su asombro es por ello inmensamente superior al del conocimiento puramente vulgar. Al paso que éste no puede dar razón de los fenómenos que contempla, el astrónomo le explicará las «causas» de los eclipses, y sus periodos, hasta poder predecirlos; la trayectoria de los astros, hasta poder anticipar el momento preciso en que la estela de un cometa va a aparecer en el horizonte de la tierra; el astrónomo conoce la materia de que están constituidos los astros, las distancias casi infinitas que separan a algunos de ellos de la tierra, la velocidad con que se mueven y las leyes físicas por que se rigen tan armoniosamente en sus movimientos sin provocar el cataclismo que un choque que entre dos estrellas significaría. En una palabra: el astrónomo puede dar la «razón», la «explicación», las «causas», del ser y del movimiento de los cuerpos celestes, y esto es lo que se llama el conocimiento científico, o la ciencia. Al paso que el conocimiento común o vulgar se contenta con saber lo más externo de la realidad, sin penetrar su fundamento, el científico llega hasta darnos razón de los fenómenos externos que están a la observación inmediata del hombre común. La superioridad del hombre de ciencia, consiste en que al conocer el por qué de los fenómenos pueda establecer las leyes por que los seres se rigen, y así prever los efectos que pueden producir y explicar, aun con anticipación, los efectos o fenómenos futuros. Y esto con una seguridad que se funda en la constancia misma de las leyes naturales bien conocidas. La ciencia, pues, es el conocimiento de las cosas por sus fundamentos, razones y causas. Para poner otro ejemplo, todos sabemos que ciertas hierbas o ciertas drogas curan determinadas dolencias. Pero mientras nos fundamos en las experiencias comunes, sólo poseemos el conocimiento vulgar de las mismas. El hombre de ciencia, el médico, no solamente sabe que ciertos elementos sanan, sino también conoce los ingredientes que poseen y su manera de obrar en el organismo. Por este conocimiento «científico», se distingue el médico del curandero, y puede, por lo mismo, aplicar aquél los remedios con una seguridad de que carece éste.
Hemos distinguido el conocimiento «científico», del «vulgar». Pero, ¿cuál es el conocimiento «filosófico»? Volvamos otra vez a contemplar la noche serena con el astrónomo. Después que nos hemos maravillado ante las inconcebibles referencias que el sabio científico nos ha dado sobre la realidad del mundo sideral, nos quedan todavía algunas preguntas que hacer. No quedamos aún satisfechos con las explicaciones del hombre de ciencia, comprobables por el cálculo, el espectro o la experiencia múltiple de que podemos valernos. Porque si preguntamos al astrónomo: ¿Cuál es el origen del universo? ¿Cuándo comenzó a brillar el mundo de las estrellas en el firmamento? ¿Cuál es el destino último del universo? ¿Por qué existe el universo en vez de no existir?... A todas estas interrogaciones el hombre de ciencia enmudece: él solamente puede explicarnos lo que está al alcance de su experiencia y de sus cálculos matemáticos. Pero estos problemas escapan al análisis experimental y al cálculo matemático. El astrónomo no posee medios para respondernos. Entonces es cuando en el hombre aparece la «filosofía». La filosofía es la ciencia que nos da las últimas explicaciones sobre la realidad. En virtud de los primeros principios que la filosofía debe estudiar, ella es la única que puede llegar más allá del conocimiento puramente experimental, y, aplicando dichos principios y coordinando los últimos resultados de la ciencia, da un paso más allá, el último paso del conocimiento, y se pregunta sobre el último origen y el último fin del universo y la razón de su existencia. Esta es la diferencia entre la filosofía y las ciencias. Las demás ciencias: la astronomía, la física, la química, la biología, la medicina, la geología, &c., nos dan las explicaciones «inmediatas», científicas de la realidad. Pero los últimos interrogantes, las «últimas» explicaciones pertenecen a la filosofía. La filosofía es, pues, la ciencia que nos da las causas, las razones y fundamentos de la realidad, pero no cualesquiera causas, sino las causas últimas. Aquí reside la característica, y el valor particular del conocimiento «filosófico» sobre el conocimiento «vulgar», y aún sobre los demás conocimientos «científicos».
Precisamente porque la filosofía nos da las últimas explicaciones, comprenderemos ahora por qué se dice frecuencia que la filosofía es el «fundamento» de todas las ciencias. Efectivamente, así como el conocimiento vulgar debe admitir las conclusiones de los hombres de ciencia, así éstos deben admitir las conclusiones de la filosofía y guiarse por ellas su investigación científica. La filosofía es la ciencia de los primeros principios, y todas las ciencias necesitan de estos primeros principios para guiarse en su actividad intelectual. La filosofía es la ciencia que nos dice cómo hay que pensar, cual es el fundamento y origen último del universo, y es claro que todas las ciencias deben guardar las reglas para pensar acertadamente y examinar la realidad a la luz de su origen primero.
Además, la filosofía es también la ciencia «coordinadora» de todas las demás ciencias. En realidad cada una de las ciencias estudia una parte del cosmos, a veces una parte muy pequeña, muy especializada. Pero bien sabemos que todas las partes del cosmos están íntimamente ligadas entre sí. Las leyes naturales lo penetran todo, y afectan a todos los seres. Esto nos muestra que existe cierta unidad entre todas las partes del universo, y eso mismo nos está indicando que las ciencias no pueden ser independientes unas de otras, sino que se completan y se ayudan mutuamente. Ahora bien, es precisamente la filosofía, por estar encima de todas las ciencias, la que en último término determina el verdadero carácter de sus relaciones, v. g., acerca de la jerarquía de las ciencias. ¿Cuáles son la superiores; las materiales, las vitales, las espirituales, las teóricas, las prácticas, las individuales, las sociales? Este poder de coordinación, ilumina de tal manera el campo de las ciencias, que casi todos los grandes investigadores se han visto necesitados a solicitar el apoyo de la filosofía, y aún a hacer incursiones en el campo de la filosofía, para poder completar y aclarar sus propios resultados científicos y llegar a una visión de conjunto de los conocimientos humanos. Precisamente, cuanto más avanza la ciencia y más urgente es la necesidad de las especializaciones, se requiera más todavía el influjo coordinador de la filosofía, si no se quiere caer en una especialización mecánica, abstracta e inhumana, que haga perder al hombre el horizonte y la noción de su posición como hombre en el universo.
Finalmente, la filosofía es la «coronación» de las ciencias, y por eso se la ha llamado la «ciencia de las ciencias», o, como los antiguos decían, el «arte de las artes». Por la filosofía tenemos esa visión de conjunto de todos los conocimientos humanos, que el hombre necesita para orientarse. Y en la filosofía recibe su última orientación. Los grandes físicos, los grandes astrónomos, médicos, matemáticos, sienten la necesidad de esta visión de conjunto que corona sus propios conocimientos. Es la máxima expresión de la cultura humana y donde el conocimiento adquiere, en cuanto es posible a nuestras limitaciones, cierta tranquilidad y cierta hondura, o, por lo menos, donde conquistamos la sensación de habernos encontrado a nosotros mismos, tal como somos, y respondemos al interrogante siempre urgente en el interior del hombre, acerca de nuestra naturaleza y nuestras relaciones con el universo.
La filosofía es pues una ciencia distinta de las demás ciencias, porque posee un objeto propio y característico distinto del de aquéllas. Su objeto es precisamente el de las «últimas explicaciones», razones, causas o fundamentos de la «realidad», a los cuales no alcanza el conocimiento llamado científico. En cierta manera podemos decir, sin embargo, que la filosofía comprende en sí los objetos de todas las ciencias, porque los primeros principios de la filosofía afectan a todas las realidades estudiadas por las ciencias particulares. Por eso algunos han creído que la filosofía no se distinguía del conjunto de las ciencias. Sin embargo, los primeros principios, las últimas explicaciones y más remotas, están fuera del alcance de las ciencias positivas y por eso es necesario admitir la existencia de una ciencia superior, dedicada a estudiar ese campo inalcanzable por aquéllas. Los escolásticos llaman «objeto formal», al aspecto especial bajo el cual una ciencia estudia su objeto. En este sentido, diremos que el objeto formal de la filosofía, que la distingue de las demás ciencias, es el de las «razones o explicaciones últimas» de la realidad, al paso que las otras ciencias no van más allá de las «razones o explicaciones inmediatas», al alcance de la experiencia.

2 comentarios:

  1. Muy interesante la lectura, ya que, nos da a conocer más a fondo sobre qué tiene que ver la filosofía con la religión y la ciencia, puesto que, esto es muy importante.
    Carlos Daniel Dorado 10-2

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  2. lo que entendí es que la filosofía y la ciencia tratan de comprender el funcionamiento del universo.
    jose fernando vasquez 10-3

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